Hace años, en un texto sobre el ave fénix en éste blog, olvidé mencionar el fénix de un cuento de Voltaire. Y no sólo porque el escritor es uno de mis predilectos, sino porque su descripción me encantó; lamenté no haberlo incluido.
Tiempo después hallé una pintura que se me ocurrió correspondía a ese fénix. Pero pese a la belleza de ambos, resultó que al releer a Voltaire, la alegría desbordante de su fénix contrastó bruscamente con la tristeza del de la pintura. Y por supuesto que en la mayoría de los casos definitivamente sobra que las cosas concuerden tan precisamente. Pero ahondando más profundamente; como dijo Borges “El nombre es arquetipo de la cosa”, por analogía [y curiosidad] se me ocurre que un texto debe corresponder a una imagen [y no precisamente para ser puesta en un blog]. Y recordé algunos apuntes de Zweig sobre el proceso de creación artística, y una reflexión de Borges que se asimila a ellos: “Un hecho cualquiera –Una observación, una despedida, un encuentro, uno de esos curiosos arabescos en que se complace el azar- puede suscitar la emoción estética. La suerte del poeta es proyectar esa emoción, que fue íntima, […]” Ciertamente no sé cómo, ni porqué imaginó Voltaire su fénix, aunque lo haya descrito minuciosamente en palabras; tampoco sé que pensaba el autor de la pintura; pero sin duda, existen una imagen y unas palabras que deben calcar de manera precisa lo uno y lo otro… Más allá de eso: un sentir que apenas los demás alcanzamos a vislumbrar.
Pero también sin duda el alma universal del fénix tiene trazos de letra y forma que incluyen soles, fuegos, cenizas, viajes, muertes, renacimientos, tiempo, lazos. Hermosura. Eternidad.
... Sin embargo; en éste instante más que la alegría y la belleza inquieta del de Voltaire; se me antojan la dulzura, la belleza apacible, y todo lo indescifrable de éste fénix:
Pintura “Ave Fénix” de Roberto Bennett
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