En una sentencia de la Corte C., me encuentro de pronto con «el desvío de un arroyo de su cauce natural» para ampliar una zona de exploración minera. Me asaltó no una simple indignación; sino un sentimiento de tristeza, pensé en el arroyito como en un ser, al que de pronto abruptamente se cercena, y se le traza un camino que no había elegido. ¿Uno podría imaginar por ejemplo un río o un cañito, cómo un bosque o una constelación? Si se puede, así se me vino a la mente. Algunos ríos son considerados sujetos de derecho.
Con cierto sentimiento de nostalgia, recordé ver en la carretera al llano, un brazo ancho de un río que se había secado. Buscando en google no encontré la referencia; pero si hallé una noticia del 2016 acerca de un río colombiano que desapareció, podría decirse que murió. Y así habrá quién sabe cuántos en el mundo…
Aún así queda su cauce, como una marca o una huella imborrable del agua que pobló de peces, plantas y piedras; de sus irregularidades y accidentes que también proyectaron su belleza; de la vida que tuvo y que regaló... ¿Como se vería en su esplendor?, ¿de que color sus aguas, y el sabor?, ¿era calmo o impetuoso?, ¿en que tramos era alegre o decaído?, ¿qué reflejos?, ¿cuántos años?... ¿Y a sus veras cuánto regocijo, bestias abrevando, cantos de pájaros e insectos, árboles meciéndose en un revoltijo divino que parecía inacabable?
Recordé -no sin tristeza- a Borges:

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