miércoles, junio 09, 2021


Mientras leía a Flaubert por primera vez -hace mucho tiempo- algo se me revolvía en el estómago. Obviamente empecé por Madame Bovary. Yo era demasiado  niña, y  casi me sentía en la obligación de leerla a escondidas; cada paso de Emma hacia la infidelidad  me hacía murmurar de asombro, un: «increíble». Mi mundo era distinto, en el círculo de amigos de mis padres, no se oían esas cosas y yo suponía que un hombre podía ser infiel pero una mujer era demasiado buena y delicada para ese tipo de asuntos. En fin, que para el mundo actual y el de siempre, la Bovary es común; aunque a su favor está que fuera una mujer tan elemental; creo recordarla vulgar y simple (lástima por todas las Bovary del mundo, básicas o no). Las novelas leídas no las vuelvo a leer, apenas repaso de pronto hojas dobladas.

Flaubert me encantó desde el primer momento... tanto como Thackeray, los hallé muy parecidos en su narrativa espléndida, llena de detalles y suspenso con personajes elementales en situaciones complejas, e ideas juiciosamente elaboradas.

Flaubert, de temperamento caprichoso y elitista, terminó detestando a M. Bovary porque opacó toda su demás obra; también se hicieron famosas sus cartas con una de las pocas parejas que tuvo en la vida, una poeta cuyo nombre olvido.

Por ahí varios libros con muchas hojas dobladas:

«(...) confundía las sensualidades del lujo con las alegrías del corazón, la exquisitez de las costumbres, con las delicadezas del sentimiento».

«En la ciudad, con el ruido de las calles, el murmullo de los teatros y las luces del baile, llevaban una existencia en la que el corazón se dilata y se despiertan los sentidos. Pero su vida era fría como un desván cuya ventana da al norte, y el aburrimiento, araña silenciosa, tejía su tela en la sombra en todos los rincones de su corazón».

 

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