Una de las primeras preguntas que surge cuándo conocemos a alguien que nos interesa es, cuál será su nombre... Aunque a veces hasta parece sobrar saberlo:
“No sé tu nombre
Solo sé la mirada
Con que lo dices”
Solo sé la mirada
Con que lo dices”
Benedetti.
No se si será casualidad, pero por lo general, los nombres de quiénes son especiales para mi; me gustan. Alguien dijo que una rosa no deja de serlo aunque se le llame de otro modo; y es cierto. No sólo para las rosas sino para todo lo demás; pero también quizá el nombre le confiere un aura; un “algo” que no tendría de no llamarse de ese modo específico.
No sé quién es Eusebio Salverte, pero por H. de Balzac me enteré que dijo: “Nuestro nombre somos nosotros mismos”. Y de pronto sea cierto; pues entre los nombres y los nombrados se da una casi plena identidad. Por ejemplo no me imagino a la miel llamándose de otro modo… se pronuncia y se escucha suave y dulce: como sabe.
Quizá es sólo cuestión de costumbre; a cada cual le ocurrirá en su idioma nativo.
No sé quién es Eusebio Salverte, pero por H. de Balzac me enteré que dijo: “Nuestro nombre somos nosotros mismos”. Y de pronto sea cierto; pues entre los nombres y los nombrados se da una casi plena identidad. Por ejemplo no me imagino a la miel llamándose de otro modo… se pronuncia y se escucha suave y dulce: como sabe.
Quizá es sólo cuestión de costumbre; a cada cual le ocurrirá en su idioma nativo.
Hay nombres y nombres; pero está EL NOMBRE: El Tetragrámaton. En Tres versiones de Judas, y La muerte y la brújula; Borges alude a Él, como “El Secreto Nombre de Dios”, “El Nombre Absoluto”.
La importancia que le dan los hebreos a los nombres no es poca; así los nombres de los 12 hijos de Yaakob, gozan de un significado especial; y no sólo los de ellos, sino los de los Profetas, Reyes, etc., Por ejemplo el nombre del Rey Salomón [Shlomo] está relacionado con la palabra shalóm que quiere decir paz en hebreo.
Rabelais gran conocedor de las costumbres hebreas, comicamente narra la escogencia del nombre de Gargantúa:
“Cuándo Grandgousier, el buen hombre, estaba bebiendo y divirtiéndose con sus amigos, oyó el horrible grito que su hijo había lanzado al vislumbrar la luz de este mundo, pues bramó pidiendo de beber. Entonces dijo: “grande lo tienes” [refiriéndose al gaznate]. Al oír esto los allí presentes, dijeron que debía llamarse Gargantúa, por ser ésta la primera frase que pronunció su padre al verlo nacer, siguiendo así el ejemplo de los antiguos hebreos. Grandgousier consintió, y a la madre también le satisfízo.” [Rabelais/Gargantúa y Pantagruel].
La importancia que le dan los hebreos a los nombres no es poca; así los nombres de los 12 hijos de Yaakob, gozan de un significado especial; y no sólo los de ellos, sino los de los Profetas, Reyes, etc., Por ejemplo el nombre del Rey Salomón [Shlomo] está relacionado con la palabra shalóm que quiere decir paz en hebreo.
Rabelais gran conocedor de las costumbres hebreas, comicamente narra la escogencia del nombre de Gargantúa:
“Cuándo Grandgousier, el buen hombre, estaba bebiendo y divirtiéndose con sus amigos, oyó el horrible grito que su hijo había lanzado al vislumbrar la luz de este mundo, pues bramó pidiendo de beber. Entonces dijo: “grande lo tienes” [refiriéndose al gaznate]. Al oír esto los allí presentes, dijeron que debía llamarse Gargantúa, por ser ésta la primera frase que pronunció su padre al verlo nacer, siguiendo así el ejemplo de los antiguos hebreos. Grandgousier consintió, y a la madre también le satisfízo.” [Rabelais/Gargantúa y Pantagruel].
Evidentemente Grandgousier no se esforzó mucho buscando el nombre de su amado hijo; en cambio quién si tuvo que esforzarse en la búsqueda de un nombre para no perder a su hijo, fue la hija de un molinero quién prometió a un duende darle todo lo que pidiera a cambio de ayudarla a convertir paja en oro… que se iba a imaginar “la pobre” que más adelante iba a ser esposa del rey y que iba a tener un hijo… hijo que sería el pedido del duende como contraparte del favor; y quién a ruego de ella, sólo le permitiría quedarse con el príncipe si lograba adivinar su nombre [el del duende]… Rumpelstikin. ¿Quién podría adivinar ese nombre ah?. Pero la necesidad obliga, y cuándo se trata de saber un nombre para conservar o lograr llegar a alguien que se ama… Pues unas veces la suerte, otras la astucia ayuda a conseguirlo. Así como el Príncipe de Rapunzel, a quién el hecho de descubrir el nombre de su amada, le permitía llegar a la torre dónde la tenía encerrada la bruja… trepando por sus trenzas lanzadas desde la ventanita al llamado imitado de la bruja: “¡Rapunzel, niña hechicera, lánzame tu cabellera!.” [Rumpelstikin-Rapunzel/Cuentos de los hermanos Grimm].
Volviendo a Borges, en La forma de la espada, hace notar la importancia de cambiarse el nombre, cuándo un hombre aparente víctima de una traición; narra a otro una historia en la que intercambia los nombres del villano y la víctima... y finalmente algo parecido a lo que ocurre en Abenjacán el Bojarí muerto en su laberinto.
En El Jardín de los senderos que se bifurcan, una clave determinante se transmite nada más ni nada menos que victimando a un hombre que tiene un nombre clave… Y no habiendo otro modo, no le quedó más a Yu Tsun, la urgencia obliga… ¡Pobre Stephen ALBERT!. Al contrario de “La importancia de llamarse Ernesto” titulo del cuento de Wilde, aquí habría que hablarse de “El peligro de llamarse ALBERT”. Pero entre tantos nombres está el nombre de la persona amada...
“Cuándo quiero a alguien muchísimo, no digo nunca su nombre a nadie. Es cómo renunciar a una parte de él. He aprendido a amar el secreto”, Decía Basil Hallward. [Wilde/El retrato de Dorian Gray].
...Y otros evidentemente no opinan así:
Volviendo a Borges, en La forma de la espada, hace notar la importancia de cambiarse el nombre, cuándo un hombre aparente víctima de una traición; narra a otro una historia en la que intercambia los nombres del villano y la víctima... y finalmente algo parecido a lo que ocurre en Abenjacán el Bojarí muerto en su laberinto.
En El Jardín de los senderos que se bifurcan, una clave determinante se transmite nada más ni nada menos que victimando a un hombre que tiene un nombre clave… Y no habiendo otro modo, no le quedó más a Yu Tsun, la urgencia obliga… ¡Pobre Stephen ALBERT!. Al contrario de “La importancia de llamarse Ernesto” titulo del cuento de Wilde, aquí habría que hablarse de “El peligro de llamarse ALBERT”. Pero entre tantos nombres está el nombre de la persona amada...
“Cuándo quiero a alguien muchísimo, no digo nunca su nombre a nadie. Es cómo renunciar a una parte de él. He aprendido a amar el secreto”, Decía Basil Hallward. [Wilde/El retrato de Dorian Gray].
...Y otros evidentemente no opinan así:
“Quiero nombrarte con los ríos,
Verte como un río inacabable
De esos que entran en el mar y hallan
Nuevos cauces al borde de los peces
Y siguen su viaje hasta la luna.
Quiero nombrarte con los árboles,
Quiero nombrarte con el cielo,
Con las constelaciones rutilantes
Y ver como por ti se encienden los luceros.
¡Quiero nombrarte! ¡Quiero nombrarte!”
[Cote Lamus: Fragmento de la sangre iluminada ]
Y unos seremos menos, otros más obsesivos con el asunto; pero ¿quién puede decir que no ha pronunciado a solas “ese nombre”?
Por ejemplo El general de “El otoño del patriarca” “algo” enamorado de Manuela Sánchez, lo repetía casi tan obsesivamente como Jaime Sabines:
Trato de escribir en la oscuridad tu nombre.
No quiero que nadie se entere,
Que nadie me mire a las tres de la mañana
Paseando de un lado a otro de la estancia,
Loco, lleno de ti, enamorado.
Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,
Lo grita mi corazón amordazado.
Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,
Lo digo incansablemente,
Y estoy seguro que habrá de amanecer.
[Jaime Sabines: “Tu nombre”]
Verte como un río inacabable
De esos que entran en el mar y hallan
Nuevos cauces al borde de los peces
Y siguen su viaje hasta la luna.
Quiero nombrarte con los árboles,
Quiero nombrarte con el cielo,
Con las constelaciones rutilantes
Y ver como por ti se encienden los luceros.
¡Quiero nombrarte! ¡Quiero nombrarte!”
[Cote Lamus: Fragmento de la sangre iluminada ]
Y unos seremos menos, otros más obsesivos con el asunto; pero ¿quién puede decir que no ha pronunciado a solas “ese nombre”?
Por ejemplo El general de “El otoño del patriarca” “algo” enamorado de Manuela Sánchez, lo repetía casi tan obsesivamente como Jaime Sabines:
Trato de escribir en la oscuridad tu nombre.
No quiero que nadie se entere,
Que nadie me mire a las tres de la mañana
Paseando de un lado a otro de la estancia,
Loco, lleno de ti, enamorado.
Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,
Lo grita mi corazón amordazado.
Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,
Lo digo incansablemente,
Y estoy seguro que habrá de amanecer.
[Jaime Sabines: “Tu nombre”]
Y quizá por lo mismo que mencioné al principio, y de acuerdo con Borges en: "Si [como afirma el griego en el Cratilo] el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de “rosa” esta la rosa y todo el Nilo en la palabra “Nilo”, nos podemos olvidar de los rostros, de las vivencias, pero no de los nombres de las personas que quisimos o queremos y ya no están.
En “El Aleph” Borges admite que se le ha venído olvidando el rostro de su amada fallecida: “Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.”
Pese a que tiempo atrás, antes de su encuentro con el Aleph había sido sorprendído por Carlos Argentino, hablándole a un retrato de Beatriz:
“No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije:
-Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querída, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges.”
Lo dicho… Se puede olvidar uno de todo, pero no de los nombres.
Aunque pensándolo bien, quizá si. No, no digo quizá, sino absolutamente... Absolutamente si, al estilo de Carlos Medellín:
“Se me olvidó tu nombre,
No recuerdo
Si te llamabas luz o enredadera,
Pero sé que eras agua
Porque mis manos tiemblan cuando llueve.”
[Carlos Medellín: Fragmento de “Olvido”]
En “El Aleph” Borges admite que se le ha venído olvidando el rostro de su amada fallecida: “Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.”
Pese a que tiempo atrás, antes de su encuentro con el Aleph había sido sorprendído por Carlos Argentino, hablándole a un retrato de Beatriz:
“No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije:
-Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querída, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges.”
Lo dicho… Se puede olvidar uno de todo, pero no de los nombres.
Aunque pensándolo bien, quizá si. No, no digo quizá, sino absolutamente... Absolutamente si, al estilo de Carlos Medellín:
“Se me olvidó tu nombre,
No recuerdo
Si te llamabas luz o enredadera,
Pero sé que eras agua
Porque mis manos tiemblan cuando llueve.”
[Carlos Medellín: Fragmento de “Olvido”]
2 comentarios:
Muy interesante blog y muy hermosa esta entrada en particular, felicidades Paola
Agradezco mucho tu comentario, Un abrazo.
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