La simple coincidencia en el lugar era insuficiente para producir el encuentro; pero el misterioso itinerario no regído por manecillas ni arena, indicaba que "un zafiro debe ser hallado". Así fué cómo desconociendo que un hilo de arena me orientaba, llegué al lugar. Allí estaba él. Sin saberlo había seguído la ruta impuesta por un trazo de estrellas dibujado en el cielo. Le pregunté la hora y cómo estrellas se fueron volviendo sus palabras, mientras un reloj de arena entre mis manos se quebraba. Tenía él algo azul, tenía él algo azul que iluminaba.
En Bogotá la media noche se acercaba, en ése mismo instante en Sri Lanka serían más o menos las 10 de la mañana, el azul del cielo deslumbraba, y un grito de júbilo por el hallazgo fortuito de un zafiro estrella [en medio de la arena], se escuchaba.
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