jueves, marzo 23, 2023

 En esta mañana-tarde  blanca y gris, ajetreada, ambivalente, sin embargo, luego de varios días, siento paz y quiero escribir así de pronto algo que he pensado y no he tenido tiempo para hacerlo. Bueno, tampoco hoy, pero no quiero perder la idea.

Hace varios años, cuando había adquirido el hábito de escribir, ocurrió algo muy triste para alguien a quien amo y me dispuse a escribir algún verso medianamente ordenado. De pronto me asaltó una culpa, como si no correspondiera a algo ético organizar frases para decirlo. Y preferí callarlo.

Hace poco quise expresar algo y me asaltó la misma sensación. Esta vez no cómo algo relacionado con la ética sino como algo indecoroso y más lejos aun, como una traición a mi misma, a mi sentir, a la trascendencia del momento. Ahora, tratándose de tristezas terribles, ordenar las palabras, ya no es algo que pueda decidirse, es imposible.

Recordé esta frase de Burroughs «En la tristeza profunda no hay lugar para el sentimentalismo».

Recordé también el tan conocido poema de de W. H.  Auden de «Paren todos los relojes, descuelguen el teléfono (...)». Digo que para escribir eso, o no estaba inmerso en el dolor o lo escribió luego de superado el punto más álgido.  «Ya no es mágico el mundo. Te han dejado (...)» desde luego resulta obvio suponer que algo así no se escribe con lágrimas en los ojos. Cuando uno está triste de verdad no goza de esa lucidez mental que le permite atar con precisión y elegir las palabras apropiadas.

Pienso en la escritura de Macedonio, o en la de Pessoa, como en la revelación de una tristeza cotidiana, una visión desde la belleza del intelecto, pero sin dudas en el transcurrir de una especie de depresión, en la que la melancolía, ya no es la excepción. Por eso podían hacerlo con la suavidad, la inocencia y la belleza sublime que resultan esquivas o inalcanzables en la normalidad. Desde el reflejo de la luz en la transparencia de una lágrima, desde la veracidad, la sinceridad, no como algo que sabían pasajero, sino de la estabilidad de un sentir genuino, no para el mundo sino para sí mismos. Por eso sus palabras no son una traición o una falta de recato a su razón íntima, a su espíritu sublime, a la verdad de sus sentimientos. Pienso en los profetas y en los locos que pueden ver claro lo que los demás no podemos… los extremos que se tocan.


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